- Una paciente asmática superó una complicación en sus pulmones cuando estuvo recluida en el principal hospital público de Carabobo. A pesar de que la dieron de alta, nunca tuvo confirmación de médicos o de autoridades de salud sobre su contagio.
- Las noches que vivió esa mujer hospitalizada fueron de terror. La ausencia de personal nocturno que atendiera cualquier emergencia generaba más miedo que la misma COVID-19
- Al curarse de esta enfermedad, relata las secuelas que tiene ahora. Episodios puntuales de pérdida de memoria le preocupan mucho en la actualidad
César Heredia
Padecer algún síntoma asociado a la COVID-19 implica el comienzo de una serie de incertidumbres y miedos difíciles de sobrellevar.
Estos temores se maximizan cuando la sintomatología se manifiesta de forma tan contundente que no queda otra alternativa que ser internado en un centro asistencial. Y si es en un hospital público de Venezuela, conocidos por sus extremas carencias en cuanto a instalaciones de salud, insumos, equipos y medicinas, las angustias alcanzan niveles estratosféricos.
Hay muchas historias que giran en torno a estos centros de salud, la gran mayoría no precisamente del tipo que un enfermo potencialmente delicado quisiera escuchar. Sin embargo, también existen finales felices.
Es el caso de una paciente que reside en la ciudad de Valencia, estado Carabobo. Ella –que pidió fuese resguardada su identidad- sentía mucho cansancio, no podía respirar ni hablar. A raíz de dicha condición, fue ingresada en la Ciudad Hospitalaria Enrique Tejera (CHET), principal hospital de la entidad y uno de los centros centinela designados por el Ejecutivo nacional para atender a contagiados con COVID-19.
Estuvo ocho días hospitalizada en el “área COVID” ubicado en la emergencia de la CHET. Allí recibió oxígeno, al tiempo que le aplicaron las inyecciones y medicamentos considerados “de alto costo” que los médicos venezolanos usan para combatir la enfermedad mientras llega la vacuna a la población –y a ellos mismos-.

Pero no todo fue color de rosa. A su familia le costó hospitalizarla allí, a pesar de que ya venía referida debido a su condición de salud que no hacía sino empeorar. Sus pulmones estaban comprometidos.
Quizá esto se deba a que de niña era asmática. Debido a ello, y por escogencia de vida, es una mujer sin vicios. Pero, como ocurre con la COVID-19, esta ataca los puntos más débiles de quienes se contagian.
Por ello, cuando ingresa, lo primero que escuchan los familiares es que había que infiltrarle un pulmón porque lo tenía lleno de líquido. Afortunadamente recibió tratamiento, su organismo lo recibió muy bien y no hubo necesidad de infiltrar.
Otro aspecto que le quitó el sueño en medio de su batalla contra la enfermedad fue que en las noches no había personal que la pudiese atender ante alguna contingencia. Le ponían su tratamiento y pasaba toda la noche sola.
Agradece a Dios por no haber tenido efectos secundarios a los medicamentos porque en las noches solo había una enfermera de guardia para toda el área de emergencia, sin presencia de algún médico especialista, o al menos, residente.
Pudo observar en las “áreas COVID” personas que estaban en peor situación de ella, con una condición de gravedad tal que ponía en peligro sus vidas.
Sin certeza de su condición
A ella le hicieron una prueba de detección de COVID-19 y no recibió los resultados. Incluso le dijeron que llegarían a su casa, pero esto nunca sucedió. Igual los médicos afrontaron su caso como si fuese positivo, sin esperar por el resultado de la prueba.
Luego de que la estabilizaron en la CHET, la paciente fue enviada ocho días más a un Centro de Diagnóstico Integral (CDI) ubicado en El Socorro, al sur de Valencia, para que se terminara de recuperar. Allí hospitalizan a pacientes que vienen referidos de los centros centinelas.
En este punto ya ella se encontraba asintomática. Fue enviada allí para consolidar su recuperación.
Solo le compraron dos veces unas pastillas que no representaron un gran costo para la familia, ya que los demás medicamentos los tenían en el CDI. También le daban las tres comidas, aunque la familia le llevaba los alimentos. En líneas generales, la experiencia en este centro asistencial fue muy satisfactoria.
Después de que recibió el alta médica cumplió otros 15 días en aislamiento sola en su casa. A pesar de que su familia no la pudo ver en ese lapso, sabían que se encontraba en buen estado. Fue una medida de prevención, puesto que acababa de salir del hospital y no se sabía con seguridad si aún podía contagiar la enfermedad a los suyos.
Secuelas físicas, mentales y emocionales
A pesar de que pasó semanas sin mayores problemas, un fin de semana sintió fuertes malestares estomacales, un dolor muy fuerte que no la dejaba ponerse derecha. Fue sacada de emergencia a un hospital, pero no pasó a mayores. Aún ignora si es una secuela física de la COVID-19. Actualmente se hace exámenes para determinar el origen de tal dolencia.
También ha notado episodios puntuales de pérdida de memoria y experimentado los traumas propios de la enfermedad, manifestados en el estado de alerta ante el más mínimo síntoma, el temor a contagiarse nuevamente o, peor aún, a los suyos.
Considera que lo más difícil que vivió, aparte de las complicaciones de salud, fue tener que alejarse de su hija durante el aislamiento, ya que esta no entendía por qué no podía abrazar a su mami o jugar con ella si supuestamente ya estaba sana.
Sabe lo afortunada que es al sobrevivir a la enfermedad y por eso hace un llamado a las personas a que se cuiden, que la pandemia es muy real y no debe ser subestimada bajo ninguna circunstancia.