- Dos médicos venezolanos que emigraron a Guayaquil narran cómo se enfermaron y superaron la COVID-19 en una ciudad ecuatoriana que fue el epicentro del virus en Suramérica
- Siendo emigrantes, afrontaron la soledad, el cuidado de sus hijos y el contagio con sus conocimientos y extremas medidas de bioseguridad que los llevó a curarse plenamente en menos de 3 meses.
- En Guayaquil quedó demostrada la capacidad, el talento y la gallardía de los médicos venezolanos que, ante un escenario devastador en el que se convirtió la ciudad, ellos entregaron trabajo, vocación de servicio y profesionalismo.
Héctor Rodríguez
En algún momento de 2020, la ciudad de Guayaquil fue el epicentro de la pandemia producida por el coronavirus en Suramérica. Entre febrero y mayo de 2020, la capital de la provincia de Guayas, Ecuador retumbó en el mundo por sus impresionantes índices de contagios y fallecimientos a causa de la COVID-19.
Las imágenes de hospitales y centros de salud en crisis ante la cantidad de pacientes que solicitaban atención, el drama por las muertes en casas a diario que desnudaron el déficit de servicios funerarios, y el caos por alimentación fueron parte del drama que vivieron dos médicos barquisimetanos que se contagiaron y hoy tildan a la peor enfermedad infecciosa de la historia de la humanidad como “bendita”.
Rafael Fiore, fisiatra y Miriam Rojas de Fiore, pediatra, salieron en 2018 con sus dos hijos directo a Guayaquil con la intención de retomar la estabilidad familiar y profesional que la crisis venezolana les había trastocado considerablemente, pero su plan fue “contagiado” por el coronavirus que hasta el 3 de marzo de 2021, en la “Perla del Pacífico”, sumaba 36 mil 699 personas contagiadas y 2.078 fallecidos, cifras que la convierten en la segunda ciudad con más casos de la enfermedad en Ecuador.
“¡¡¡Wow!!! Sentimos mucho miedo… es inmensurable el miedo que sentimos en esa oportunidad”, confiesan los doctores Fiore Rojas cuando resumen sus sensaciones al ser parte de esa cantidad de contagiados que mantuvo a Guayaquil en el pico más alto de casos en Suramérica en 2020.
Rafael revela que fue el paciente cero de la familia; después Miriam cayó en un estado muy preocupante y por último su hija menor, Alessandra, presentó un cuadro febril por varios días que encendió las alarmas. Marcello, el hijo mayor, no presentó síntomas y creen que no se enfermó, pero no descartan que fue asintomático.
“Bendita enfermedad”
Sin pensarlo mucho, Miriam y Rafael narran el terror que significó enfermarse de la COVID-19, pero luego de transcurrir un año sorprenden al enfatizar positivamente el valor a una pandemia que todavía marca una crisis global nunca antes vista y que en Ecuador todavía no controlan.
“El coronavirus para nosotros fue una enfermedad bendita porque, a pesar de todo, ha dejado cosas buenas y una de ellas es ver cómo nuestros hijos se han adecuado a esta vida de migrantes, encierro, de cuarentena, a su educación y por parte de nosotros, a crecer profesionalmente”, explica Miriam cuando detalla lo que tuvieron que hacer como padres, hijos y médicos para superar el coronavirus.

A nivel personal y familiar, los Fiore Rojas afrontaron un monstruo que acompaña a los migrantes cuando dejan su tierra de origen para echar raíces en otras: la soledad.
“Estar aquí (en Guayaquil) enfermos, no es lo mismo que estar en Barquisimeto, donde están nuestros padres y hermanos. Aquí no está ese apoyo. Eso me angustiaba, me estresaba. El encierro aquí era fatal, de mucha tensión en la casa. Deprimente. Aislarse sin poder ver a tus hijos por temor a contagiarlos. Estar encerrado en un cuarto con la compañía de un iPad no es fácil; es duro. Yo le pedía mucho a la Divina Pastora y llamaba a un tío que vive aquí que era como un salvavidas”, relata Miriam al revivir esos días de cuarentena que cumplió al estar contagiada.
A Rafael la soledad no lo afectó tanto, porque meses antes de la pandemia decidió llevarse a su papá, Luigi, a vivir con ellos luego de estar casi toda su vida en Venezuela, pero cuando el doctor se contagió se tuvo que obligar a no mantener contacto con él y, sobre todo, porque al señor le había sido diagnosticado un cáncer y cada abrazo entre ambos era una ventaja en la carrera contrarreloj de la vida.

“Mi papá se sentía desplazado. Él veía las noticias diarias de Guayaquil e intentaba buscar contacto con nosotros, pero enfermo no podía tocarlo. Generaba encuentros en la cocina para que yo probara la comida que él preparaba, pero yo le decía que para hacerlo, él debía encerrarse en su cuarto. En una oportunidad, se escondió detrás de una pared para generar algún tipo de contacto y me preguntó que si era él quién estaba enfermo. Eso fue muy duro. Después que nos curamos, cuando yo lo toqué, luego de un mes sin tocarlo, esa sensación es inexpresable. Mi papá era mi motor, fue mi apoyo”, recordó Rafael que a los meses perdió la carrera contrarreloj.
Experiencia y control
El doctor Fiore, antes de contagiarse, presentó un síntoma que no le dio sospecha de la COVID-19, pero que con el transcurrir del tiempo lo confirmó. Rafael estaba en recuperación de una lesión que sufrió en el hombro dentro de un metrovía y, en ese mismo transporte, yendo a trabajar, se desmayó. “Cuando me evalúan, por una falla cardíaca, resulta que tenía coronavirus y de inmediato me dieron reposo”.
Alessandra, de 13 años edad, se convirtió en la segunda contagiada cuando presentó fiebre de 39 y 40 grados y simultáneamente, Miriam ya tenía síntomas.
La pericia de los médicos guaros salió a relucir. Constantes evaluaciones con el oxímetro era parte de la rutina diaria. En el hospital del Instituto Ecuatoriano de los Seguros Sociales (IESS) donde trabajaban colegas de ellos, la aplicación del antiparasitario Ivermectina se convirtió en un medicamento que daba esperanzas de vida a los contagiados, así que ellos empezaron a usarla.
“Una colega médico que estaba a punto de ser intubada por COVID-19, le aplicaron Ivermectina y mejoró muchísimo. Desde ese momento, nosotros comenzamos a usar ese medicamento y junto a bebidas muy calientes a base de jengibre nos recuperamos. Esas dos cosas fueron milagrosas”, expresó con alegría la doctora quien acotó que el cuidado extremo en la casa llegó hasta el punto que su hogar era una sala de prehospitalización por la cantidad de protocolos, medidas de seguridad, restricciones y hasta la manera de vestir que aplicaron para convivir sanos y sin riesgos.
“Fue tan bestial la asepsia que teníamos en casa que mi papá no se enfermó de Covid-19” enfatizó con orgullo Fiore.
Una pérdida, una victoria
Como miles de emigrantes venezolanos, Rafael y Miriam fueron recibidos en Guayaquil por una colega y amiga que conocían en Barquisimeto y que admiraban por su profesionalismo, calidad humana y sobre todo por el gesto de ofrecerles un abrigo en Ecuador.
Lyll Montes era muy reconocida entre los médicos de Lara. Esta anestesióloga emigró 7 meses antes que los Fiore Rojas y trabajaba en el IESS Los Ceibos, se enfermó y el primero de abril murió. Esta pérdida fue brutal tanto para Miriam como para Rafael, pero también fue, junto a sus contagios, un momento bisagra para ellos.
“Perder a Lyll Montes fue para nosotros grave porque ella fue una gran ayuda, un gran apoyo. Es doloroso no poder despedirte de esa persona que te pidió que no la dejaras sola. Eso fue muy fuerte”, suelta Miriam cuando unas lágrimas empapan su rostro.

“Yo no soy ni la mitad de fuerte de lo que era Lyll y cuando ella murió, sentí demasiado miedo. En ese momento, yo me sentía mal por la enfermedad, estaba sorprendida porque dos días antes estaba diciéndole que la esperaba en casa recuperada, porque ella era fuerte, todo terreno y que echó para adelante con su familia entera; una guerrera”, recuerdan Rafael y Miriam cuando detallan lo que significó la muerte de esta doctora venezolana en Guayaquil.
Poco a poco, y por las circunstancias, el momento triste de perder a Lyll se fue transformando en retos, en trabajo y sobre todo en gallardía y victoria. El doctor Fiore explica que la situación en Guayaquil era tan devastadora que lo único que él, Miriam y muchos médicos coterráneos en Guayas sintieron fue explotar su vocación de servicio que bien aprendieron en los hospitales venezolanos.
“El escenario en la ciudad era dantesco, el día que convocan a los médicos de Guayaquil por la cuarentena a mí me tocaban vacaciones, pero yo decido acudir al hospital y comenzar a trabajar. Mientras que muchos médicos pedían reposo yo me metí en la candela”, rememora Fiore cuando exalta la actitud de cientos de galenos venezolanos que por su formación “demostraron ese liderazgo, esa forma de trabajar que dieron buenos resultados. La formación y la vocación de servicio fueron impresionantes. Mostramos una actitud de gallardía que muchos aquí no hicieron”, acotó.
Rafael se convirtió en uno de los médicos que más pacientes con COVID-19 atendió. En sus guardias de 24 horas, contabilizaba de 25 a 30 personas atendidas y de ese total, 50 % eran contagiados. Esta labor diaria fue considerada heroica meses después por las autoridades de salud de Guayas y del hospital. Tres meses transcurrieron para que todos estuvieran fuera de peligro. Siete kilogramos perdió Miriam luego de estar enferma. Cientos de minutos y millones de mensajes con sus familiares en Venezuela sirvieron para cuidarse y tener ánimo durante y luego de la enfermedad y una familia mucho más unida y feliz dejó “esa bendita enfermedad” en los Fiore Rojas.